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Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales

Sede Bogotá

Vicedecanatura Académica

Revista "Campus de los Derechos"

La UN construyendo derechos

Complicando al sujeto de derecho. De la neurociencia y otros demonios.

Germán Burgos Ph.D

Abogado de la Universidad Nacional de Colombia

Profesor asociado Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Universidad

Nacional de Colombia

Investigador asociado de Colciencias.

El derecho moderno no es posible entenderlo al margen de la ficción jurídica del sujeto de derecho, es decir, de la referencia a una persona abstracta, generalmente concebida individualmente y ligada a ciertos derechos y deberes. Para poder hablar de estos últimos, precisamos de un sujeto que los detente y que podemos llamar de diversas formas tales como ciudadanos o personas jurídicas. A dicho sujeto se le ha dotado de cierta racionalidad ligada a la idea de voluntad libre, responsabilidad por sus actos y capacidad de guiarse por normas, entre otros arreglos institucionales que nos permiten entender desde el derecho contractual (libre voluntad) hasta el derecho administrativo (ser humano sujeto a normas previas).

 

Simultáneamente, cierta filosofía política clásica consideró que los seres humanos estaban guiados por una racionalidad egoísta, oportunista, cortoplacista, etc., que se consideraba natural y que de cierta forma termina siendo retada por una normatividad jurídica fundada en ciertos límites a los desafueros de individuos pesimistamente catalogados. En otros términos, el derecho moderno se funda en la idea de individuos libres e iguales, con derechos y deberes que son un límite a lo que algunos denominan tendencias naturales al egoísmo, al abuso y al oportunismo.

 

La idea de un sujeto individual dotado de derechos y deberes se explica, entre otros, por el aporte de las libertades propias del imaginario burgués que intentó y logró desatarse de las limitaciones orgánicas de un orden social impuesto monárquicamente y con una fundamentación divina. A través de la libertad de cultos, el constitucionalismo y el código civil, se sentarían las bases de un proyecto jurídico-político donde los intereses individuales inicialmente de los comerciantes y banqueros, se convirtieron y siguen siendo de alguna forma referentes para el resto de libertades individuales. Adicionalmente, la progresiva desmitificación del mundo abrió la puerta a confrontar un orden colectivo-comunitario fundado en la tradición y el papel de la iglesia el cual castigaba la iniciativa individual, el cobro de intereses, etc., y en este contexto se facilita la irrupción de individuos con derechos y deberes que al final de cuentas cambian el mito de una pasado ordenador fundado en la tradición, por la promesa de un futuro promisorio moldeado por la voluntad humana individual y/o colectiva. En suma, el individualismo propio de la idea del sujeto de derecho, es una construcción histórica especialmente ligada a la experiencia del occidente europeo.

 

Actualmente hay dos tendencias que ponen en jaque de alguna manera, el principio nuclear antes indicado. De un lado estudios provenientes de la psicología del marketing, la neurociencia y la etología. De otro lado, la extensión de la idea del sujeto de derecho a realidades no humanas.

 

En cuanto a lo primero, diversos estudios desde la psicología del consumo han identificado que buena parte de los seres humanos reaccionamos de manera casi igual frente a ciertos estímulos externos que nos conducen, por ejemplo, a comprar, más guiados por olores, búsqueda de estatus, ubicación de ciertos bienes, tipo y orientación de las luces, etc. Es decir, como ya lo han reconocido al interior de la economía, en el ámbito de las relaciones de mercado donde debería primar una racionalidad individual calculadora, lo que juega es la acción bajo impulsos debidamente generados y canalizados a través de distintas estrategias de marketing. Por otra parte, los estudios sobre el cerebro nos dicen que este decide por nosotros en varios casos al margen de nuestra voluntad pensada y racional, y más como producto de cargas genéticas heredadas y de procesos de ahorro de energía de este mismo órgano. Sería por ello que podemos inconscientemente dar sentido a ciertos párrafos con palabras incompletas; establecer esquemas simples para relacionarnos con nuestro entorno; asumir comportamientos gregarios automáticos como parte de un colectivo, etc. Ciertos experimentos han sugerido que suministrar dopamina a los homo sapiens los hace más cooperativos y altruistas como producto de un nuevo balance químico en el cerebro. En últimas, al parecer el cerebro decide por nosotros y nosotros no decidimos con nuestro cerebro.

 

En el fondo, lo que este tipo de estudios está haciendo es tratar de plantear que el comportamiento humano está más guiado por la química de nuestro cerebro y nuestra carga genética antes que por nuestra voluntad libre. En otros términos, la explicación del comportamiento humano no fundada en la cultura, las reglas, los valores, sino en una especie de determinismo biológico del cual somos “esclavos” y que ha sido identificado por distintos actores con el fin de canalizar nuestro comportamiento especialmente en el ámbito de los mercados tanto económicos como políticos. Si bien el derecho ha admitido situaciones donde se puede excluir la libre volición humana probando la ira o el intenso dolor, la inimputabilidad, la inducción al error o el actuar bajo presión, las mismas siguen atadas al ideal de una voluntad libre, la cual como vimos antes, está siendo cuestionada desde las “ciencias duras”. Con todo, una mirada completa sobre el tema nos indicaría que el cerebro humano es moldeable como producto de la cultura, los valores y esto permite revertir o equilibrar ciertas tendencias naturales. Si aceptamos esto, lo primero para hablar de una voluntad libre en el derecho, sería aceptar que esta no existe perse y que, por tanto, se construye de varias formas, incluyendo la educación jurídica no memorística. A pesar de ello, el derecho seguirá asumiendo como fundamento incontrovertible del orden moderno  que los” homo sapiens” tomamos decisiones con plena voluntad, pues este es un principio fundante, aunque controvertible desde otras disciplinas.